España se muere.
No escribo con el sentido del patriotismo de aquellos que ven España como un elemento diferenciador y excluyente. Escribo como alguien que ama su tierra porque sabe el privilegio de vivir en ella.
Este país (como tantos otros) lleva siglos enfermo, una enfermedad que vemos en su historia, en su cultura y en su sociedad.
Si no fuese por los libros, difícil de creer sería que fuimos el único Imperio Global, que teníamos territorios en cada continente y que el sol nunca se ponía en ese imperio. Lejos, muy lejos, queda ese proyecto de Castilla que consiguió unir a los pueblos y expandirse sin limites.
Pero todo auge viene su decadencia, y según se perdían las tierras se iba perdiendo el interés por pertenecer a ese “proyecto”. Y con pasos de gigantes, llegamos a lo que hoy vemos, ese afán de separatismo que sacude el país, y no porque ahora vuelvan a considerarse los pueblos que eran antes de pertenecer a este reino, ese sentimiento nunca lo perdieron, lo que han perdido es el interés por pertenecer a un país que nada nuevo aporta.
Y este es el primer cáncer que nos corroe, ya sea desde Cataluña o el Pais Vasco pidiendo a gritos su independencia respaldados por su historia y su potencia industrial; o Galicia y Andalucía, a las que sentirme los desechos de este país les crea el mismo sentimiento.
La metástasis llega al pueblo. Un pueblo que vive de pan y circo, que se acomoda en lo que le dan y que deja pasar el tiempo esperando que una solución arregle sus vivas, una solución que ya encontrara otro.
Una invasión de las células cancerígenas que parece no tener remedio, porque nos infecta de pies a cabeza borrando nuestro interés por la historia, la poesía, la filosofía, la música o el arte. Nos induce a un coma de la razón que nos somete a un letargo de incultura.
No quedan caballeros hábiles con la espada, los versos y la razón; ahora son autómatas que apuntan y disparan. No quedan esclavos ni trabajadores que miren su miseria y levanten sus puños para cambiar su suerte; ahora se afilian a sindicatos y viven de las limosnas del sistema. No quedan escritores, poetas o filósofos; ahora cuesta distinguir entre “haber” y “a ver”, la métrica es una desconocida, y a Nietzsche se recuerda porque “entra” en selectividad.
No queda amor.
No queda juventud.
No queda verdad.
No quedan sueños.
No queda vida.
Sin duda (para mí) esta enfermedad que trae la decadencia de la historia y el letargo de la razón, tiene unos focos fáciles de encontrar.
Primero, un sistema que se nutre y se hace fuerte con la indiferencia y el desconocimiento de la sociedad. Aunque pocas fuerzas pueden quedar a un pueblo que ansiaba esta Democracia, y que a descubierto que poco de diferente tiene con el Capitalismo contra el que lucho.
Y por fin, la Religión, que no solo extiende el cáncer, si no que además deja sin defensas al sistema inmune. Culpable de las mayores atrocidades en este mundo.
Bendito sea el Señor que camino entre nosotros plantando bondad y amor. Bendito el Señor que alimenta las esperanzas de los que no ven un mañana, de nuestros mayores que necesitan a que aferrarse antes de acabar sus días, de los que encuentran un apoyo para levantarse cada mañana, y de los que hacen el bien en su nombre.
Maldito los que en su nombre se enriquecen, que azotan las mentes con leyes divinas basadas en el miedo, que fanatizan al hombre, que provocan enfrentamientos eternos, y que han provocado la decadencia de cada imperio evitando la convivencia de culturas e incitando al individualismo.
España se muere. Pero no mueras con ella.
La historia solo es el pasado que nos puede ayudar a mejorar el futuro.
La incultura se puede combatir.
Sí la sociedad no cambia y la religión no desaparece, cambia tu y alégate de sus templos.
Da todo tu amor, no dejes que te arrebaten la juventud, que no callen tu verdad, persigue tus sueños y recupera la vida.