El reflejo me engañó, la distancia con el espejo no me dejaba averiguar que brillaba en mi cabeza y que no se desprendía de ella al sacudirme el pelo con la mano.
Era una cana.
Una entre tantas que fui descubriendo mientras me acercaba a mi reflejo.
Salía del baño, y ya por el pasillo pensaba como pasaba el tiempo. Por supuesto, no me planteaba que es la vida – cuantos autores se removerían en su tumba si siquiera lo hubiese intentado -, sólo como el tiempo se va y no vuelve.
Quise bajar de mi piso caminando hacia atrás, sentarme en mi coche y colocar la palanca de cambios en la posición R, y acelerar. Quería empezar a marchar hacia atrás, para volver a mi calle y reencontrarme con mi furia aparcado en la puerta de casa. Pero no pare allí, volví a sentarme en aquellos oscuros asientos, y mientras recuerdos de cada kilometro de felicidad me acompañaban, mi retroceso en el tiempo me hacia mas joven y me llevaba hasta las calles del mesón. Mire mi moto, me senté en ella y al arrancarla volví a escuchar ese sonido que tantos debían odiar cuando caía la noche. Con ella continúe mi camino – mi inverso camino – hasta que esas dos ruedas necesitaban del impulso de mis pies para poder moverse, pero no importaba el esfuerzo, éramos los dueños de la calle. Pero esa calle aun me llevaba más atrás, a otra mas estrechas y empinadas, con todas esas escaleras que subían a las callejas. Y allí estaba, en mi primer hogar, con mis ojos de niño. Unos ojos que podían mirar en la dirección que habían llegado y verme sentado golpeando estas teclas.
Y mirándome a mis propios ojos seguía sin plantearme que es la vida, solo como la he vivido y como vivir todo lo que me queda.
El como vivir me lo planteo cada día, pero eso si, sin olvidar vivir ese mismo día. El como viví, o mejor aun, el como quise vivir, si que me hizo pensar. Pensar y darme cuenta de cómo va cambiando esa forma de la que quieres vivir.
Durante un maravilloso tiempo mis preocupaciones eran que el reloj márquese las 14:00 para poder irme a casa, que mi canica entre en el hoyo para llevármelas todas, o conseguir la estampita que me falta del Madrid – lo mejor era conseguir un fichaje y pegarlo solo sobre el filito para poder seguir viendo la de abajo -. Luego se va ampliando el mundo, te importa la bici y los amigos, después la moto y las chicas, y mientras tanto, si la curiosidad se presenta, vas creyendo que puedes cambiar ese mundo.
El tiempo no para, y mientras intentaba revolucionar como el Che, pintar las paredes como el Sex o que me respetaran como al Padrino, los pasos me traían hasta donde hoy estoy. Y aunque ahora sienta que las palabras pueden cambiar mas que las balas, que el arte seguirá en mi aunque los demás no lo puedan ver o que prefiera ser el Coronel Frank Slade – Al Pacino en “esencia de mujer” – a Vito Corleone; no todo se ha quedado en el camino, pues lo que quise ser y lo que fui, son los cimientos de lo que hoy soy.
Al fin y al cabo, no está tan mal tener canas, tengo menos posibilidades de quedarme calvo.
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